José Enrique Rojas González/ Un. Un lugar. Un lugar pequeño, oscuro, frío, en el #304 de la calle de Hidalgo, en Toluca, aparta el fragor de la ciudad y el ahíto de la gente, hastiada por vivir. Dentro. Ahí, dentro, el fuego de una vela alumbra tenuemente un cuarto de madera de una casa de finales del XIX. Adosados en la esquina del muro están dos hermanos frente al auditorio. Suenan. Las melodías de Tchaikovsky interpretadas por Gabriel Sánchez anegan la sala y percuten mis oídos. Un espasmo recorre mi espalda y se yerguen los vellos de mi cuerpo. Escucho. Tres historias leídas por Saly Beals. Esperanza, magia y muerte, en ese orden; aquella lágrima brota de mi ojo al saber que la cerillera muere, congelada, pensando en su abuela sin haber vendido ningún cerillo. Magia. Tras la espalda de Saly y Gabriel, más allá, en la esquina, se dibujan sus siluetas, más grandes conforme se acerca la hora del final del último cuento. Al final, la Navidad es especia...
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