Marco Antonio Rodríguez/ El último mensaje lo recibió Tito a las 12:08 del 18 de junio. Las calles apenas preparaban su concierto acostumbrado de cláxones y barahúnda bajo el cielo testigo que las recubría con su manto de niebla, cuando el celular se iluminó con un mensaje de texto. Para sorpresa de Tito, era Jordan. Le decía estar incierto de su destino. Dejaba claro, en esas pocas palabras, que ignoraba si se dirigía “a la mansión o al paraíso”. Soñoliento, Tito no advirtió entonces la gravedad del recado; los años acumulados de noviazgo le hacían suponer que estaba bien y era otra de sus gastadas bromas a causa del efecto que produce el alcohol en la sangre y además porque horas antes habían conversado a través de una videollamada en la que por cierto Jordan le presentó a Julio César Agustín Mayén, una policía amiga de este último y algunos más a los que, tan pronto vio aparecer en la pantalla del dispositivo, borró de sus recuerdos. O quizás fue el volumen alto de la música que d
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