Marco Antonio Rodríguez/
El último mensaje lo recibió Tito a las 12:08 del 18 de junio. Las calles apenas preparaban su concierto acostumbrado de cláxones y barahúnda bajo el cielo testigo que las recubría con su manto de niebla, cuando el celular se iluminó con un mensaje de texto. Para sorpresa de Tito, era Jordan. Le decía estar incierto de su destino. Dejaba claro, en esas pocas palabras, que ignoraba si se dirigía “a la mansión o al paraíso”. Soñoliento, Tito no advirtió entonces la gravedad del recado; los años acumulados de noviazgo le hacían suponer que estaba bien y era otra de sus gastadas bromas a causa del efecto que produce el alcohol en la sangre y además porque horas antes habían conversado a través de una videollamada en la que por cierto Jordan le presentó a Julio César Agustín Mayén, una policía amiga de este último y algunos más a los que, tan pronto vio aparecer en la pantalla del dispositivo, borró de sus recuerdos. O quizás fue el volumen alto de la música que distorsionaba las voces lo que le impidió a Tito descifrar sus nombres, pero de cualquier forma ningún interés le despertaba conocerlos.
Tiempo más tarde, con el sol adherido a cada rincón de la ciudad, ya era evidente su desaparición. Llegó el silencio y luego la angustia… desesperación, impotencia y miedo, en ese orden, aunque a veces todo a la vez. Así pasaron las primeras horas y conforme caducaban, diluían también las esperanzas de encontrar con vida a Jordan. No respondía ya los mensajes ni las llamadas. Luego, como supondrían, su celular dejó de sonar.
Para la Fiscalía General de Justicia del Estado de México Jordan Alexis Ramírez Meza, de 26 años, desapareció el miércoles 17 de junio de 2020 en Ecatepec; sin embargo, él estaba en Naucalpan y no en la colonia Petroquímica como refirió en sus fichas de búsqueda aquella institución. Oriundo de Sinaloa, vivió un tiempo en Ecatepec junto a su madre la señora Alicia Meza -una guardia de seguridad privada sin otro propósito en la vida que procurar el bien de su familia, como repite mecánicamente cada que puede- pero recién se había mudado a Naucalpan con Julio César, aquel hombre que Tito conoció en la videollamada del 17 de junio entre canturreos de fiesta y quien le había prometido trabajo en una báscula de un tiradero de basura. La oferta era atractiva y más porque se hallaba desempleado pues acababan de despedirlo de la mueblería en la que trabajó por meses con Tito. Eran los primeros días de junio cuando Jordan comunicó a Tito su deseo de irse a trabajar con Julio a Naucalpan, dejando atrás sus más de tres años de relación.
No fue esa la noticia que Tito hubiera querido escuchar y sin embargo, resignado, lo vio empacar algunas maletas, dirigirse a la puerta y huir hacia su nuevo hogar. Julio le había hablado también de un restaurante y otros negocios en los que podía participar. Así, el progreso para Jordan se encontraba a 35 kilómetros de distancia y no titubeó ni un instante en recorrerlos.
A pesar de la inminente separación, Jordan jamás perdió contacto con Tito ni éste, a su vez, con Alicia. Al principio, cuando se telefoneaban, Jordan con su característico humor punzante le hablaba de su nueva mansión, que resultó ser una construcción mediana con acabados rústicos y pisos de concreto como tiempo después describió en un reporte la Fiscalía. No hablaban mucho y acaso cuando esto sucedía lo hacían a discreción, conservando la distancia de los recién separados, e intercambiando cosas insulsas del día a día. Jordan evitaba el tema del trabajo y en cambio vacilaba con “la mansión”.
El día de su desaparición no solo se comunicó con ese par; le habló también a su hermano mayor hasta su natal Sinaloa, a su padre, su hermana, una tía y a su abuela “solo para saludar”. Les contó un poco sobre su nueva vida y otras cosas sin relevancia. Pero el electrónico a través del cual lo hizo, aunque no de principio, sirvió más tarde para conocer las rutas de investigación que habría de seguir la Fiscalía a través de su oficina de Atención a Delitos Vinculados a Violencia de Género y la Unidad de Desaparición Forzada, con sede en Ecatepec, bajo los folios FPD/FPD/02/MPI/918/01090/20/06 y TOL/FPD/FPD/107/147771/20/06.
Hasta ese momento y sin que creyera pensar de esa forma, Alicia lejos de molestarse al saber el control que pueden tener las autoridades sobre la gente al grado de intervenir líneas telefónicas, bendijo y agradeció que los agentes tuvieran acceso a esa información tan delicada y que ella, por sus méritos, no habría podido obtener. Ellos inspeccionaron el celular del joven y a través de la sábana de llamadas y mensajes obtenidos, se percataron de un posible romance entre Jordan y Julio, a sabiendas de que Julio estaba casado y tenía dos hijos. Ahí el caso comenzaba a ser clasificado, la investigación delimitada y una serie de hipótesis se escribieron a su entorno. Entonces también, y aunque ofuscado ya por la torpe e inútil burocracia de las denuncias en México o ya por el contexto de pandemia que desde entonces vivía el país a causa de la Covid-19, la pesquisa adquirió nuevos matices. Llamaron a declarar a Julio.
El hombre de cuarenta y tantos años no dio más detalles allende su matrimonio y su trabajo en la basura; no quiso, según él, comprometerse con ningún pormenor innecesario. Pero la intuición materna de Alicia superó sus argucias. Según cuenta la mujer, en su primera declaración Julio aseguró que tras la fiesta, desvelado y con la resaca a cuestas, se fue a trabajar dejando en su casa a Jordan, quien se limitó únicamente a escribir otro mensaje agradeciéndole las atenciones y apoyo ofrecido. En esa ocasión dijo de igual manera que Jordan le informó que saldría con unos amigos. En cambio, en su segunda declaración, tomada días después, olvidó lo dicho en aquella primera oportunidad y ahora aseguró que tras la fiesta partió con rumbo a Toluca para resolver supuestos problemas con uno de sus hijos y que esto lo habría informado vía telefónica a Jordan. Pero Julio, el tonto-el mentiroso, desconocía los dotes detectivescos de la Fiscalía y, por lo tanto, ignoró que de esa llamada nunca hubo registro y ellos lo sabían.
Lo que quizás sí desconocía entonces el departamento a cargo de la investigación era si para ese momento Julio ya maquinaba una futura movida en el ajedrez que era ya el caso o si de plano el titubeo fue tan real como parecía. Pero como la contradicción tampoco significó lo suficiente a las autoridades como para poder considerarlo “sospechoso”, pasaron inadvertido el que haya abandonado “la mansión”; empero, para Alicia la incongruencia entre ambas versiones era razón suficiente para investigarlo como posible implicado y responsable en la desaparición forzada de su hijo. ¿Por qué mentiría?, se preguntaba. Y sugirió de igual forma intervenir, de ser necesario, las cuentas bancarias de Jordan para de ahí obtener otra probable pista sobre el paradero de su hijo, pero en respuesta recibió una solicitud: “guardar silencio y no entorpecer la investigación”.
Ninguneada, lastimada y cansada pero no vencida, relató a Tito lo sucedido. El cariño entre ambos jamás se acabó a pesar incluso de su separación reciente tras la ruptura de él y Jordan. Razón le sobra al decir que Tito nunca abandonó a su hijo. Alicia, absorbida por las jornadas laborales de veinticuatro por veinticuatro, se veía limitada a cumplir con los caprichos de la Fiscalía, esa que le citaban cada que quería a la hora que quería y donde ellos, sus trabajadores, querían. Tito en cambio tenía mayor disponibilidad para aquella comisión y fue entonces que tomó la batuta en el caso. Buscó alternamente ayuda en medios de comunicación, primero sólo para dar a conocer la desaparición y ficha (aunque imprecisa) de su ex novio y luego también para denunciar el lerdo actuar de las autoridades "impartidoras de justicia", como ostentan ser. También se acercó con Ricardo Torres y Ernesto Montes De Oca, fundadores y coordinadores ellos de la asociación civil Fuera del Clóset, con sede en Toluca pero injerencia en todo el territorio estatal.
Al tiempo en que Fuera del Clóset divulgaba la información y fotografía que pudieran contribuir en la localización de Jordan, la mujer policía que participó en la misma fiesta que él y Julio fue llamada a declarar, aunque su testimonio de nada sirvió; tan recusables fueron sus palabras que la instancia optó por clasificarlas como material reservado, o lo que es igual, material basura.
Para ese momento todos, medios de comunicación, políticos, colectivos y sociedad civil, sabían ya del caso y todos lo comentaban, aunque pocos realmente ayudaban; otros, la mayoría, nunca hicieron nada. Sólo Fuera del Clóset, solidarios en todo momento. Aunque en lo legal siempre fueron dos: Alicia y Tito, Tito y Alicia; ese par inseparable. Se les veía casi siempre juntos, cuando Alicia tenía días de descanso. Tito iba aquí, allá , acullá y de vuelta de ser necesario. Se movía entre ministerios públicos, oficialías y cualquier punto al que fuera citado, pues el deseo de reencontrarse con Jordan era proporcional al amor que le profesaba.
Alguna ocasión Alicia acompañó en los trabajos de campo a los hombres de negro, esos que con lentes de sol y una identificación mal enmicada salían siempre a “encontrar la verdad de las cosas”. Fueron pues a la casa de Julio, hasta Naucalpan.
Ahí los recibieron el polvo y eco que produce una casa abandonada. La visita guiada duró menos que el trayecto. Los agentes sólo escribieron nada en una libreta inexistente y se marcharon, llevando nada, con su indignidad a ultranza. En no más de ocho minutos ya estaban afuera, y poco después se hallaban arriba de la misma camioneta blanca que los condujo hasta ese punto. “Hay que seguir esperando a que avancemos con las indagatorias”, le dijeron durante el camino a la mujer que para ese momento masticaba una manzana -su desayuno de las cuatro de la tarde- como quien muerde el aire o come nada.
Cada día que pasaba eran como arrancarle hojas al calendario de su vida, como sentir que conforme el tiempo corría, sus fuerzas también se fugaban; lo mismo sus ambiciones y esperanzas. No quería otra cosa que ver a su hijo con su playera de Mickey Mouse; esa caricatura de Disney que tanto él amaba y cuya silueta llevaba incluso tatuada a un costado de su oreja derecha. Quería escucharlo quejarse de todo como era su costumbre: que si el gobierno, que si la protagonista de la novela, que si la falta de dinero, que si la ropa... que todo.
“Yo siento que algo le hicieron a mi hijo, honestamente”, dijo Alicia a este reportero el 15 de septiembre de 2020. Con la fuerza de que disponía y la voz inevitablemente ahogada en un dolor agrio dijo entonces: “esté vivo o esté muerto yo quiero a mi hijo. Yo no me quiero pasar el resto de mi vida buscándolo y no saber qué fue lo que pasó con él”.
Después de cinco meses y a pesar de todo, lo consiguió.
Era el 14 de noviembre. Sábado. Aquel día se encontraba por fin descansando luego de una guardia doble de 48 infinitas horas cuando una llamada la despertó. Del otro lado de la bocina hablaba un abogado, Fulano de Tal. Aquel hombre con voz gruesa, como de viejo chacuaco, le pedía acudir "ya mismo" a sus oficinas. Como pudo cogió un pants, un cubrebocas y minutos después un taxi. En ese lugar, tapizado de mensajes institucionales e infografías que nunca nadie lee, la recibieron un psicólogo, una mujer y Fulano de Tal. Como de costumbre, la reunión fue breve.
Huelga decir cómo salió Alicia de ahí. Notablemente era otra: sus ojos estaban más hinchados que un boxeador novato y el hilo que era su voz le alcanzó apenas para comunicar la noticia a Tito. Su dolor era un océano salado y cristalino.
Jordan fue encontrado sin vida dos días después de su desaparición; su cuerpo resguardado por la Semefo y enviado a la fosa común, de donde fue exhumado el viernes 27 de noviembre pasadas las nueve de la mañana. Aquel día el concierto habitual de cláxones y barahúnda de las calles tocaron ahora música dolorosa. Un silencio espeso se apoderaba poco a poco de todos los compases de esa partitura. Las vidas de Tito y Alicia enmudecieron también; estaban abatidos.
Vinieron días sombríos, los más tristes para ambos, pero luego tras una serie de fatigosos papeleos, Jordan pudo por fin llegar a Sinaloa acompañado de su madre, quien costeó el viaje con dinero de sus ahorros y de donaciones que recibió en sus tarjetas de Coppel y Banco Azteca. Fue llevado ahí para que su demás familia, a la que días antes de su desaparición saludara por teléfono, pudiera ahora despedirlo.
A la fecha, con las únicas fuerzas de que dispone, Alicia sólo pide justicia.
Durante 2020 el país registró 237 mil 183 delitos contra la vida y la integridad corporal, mientras que en el Estado de México fueron 57 mil 661 los casos; es decir, 158 cada hora. En ese mismo periodo se iniciaron mil 989 carpetas de investigación por delitos relacionados a la violencia de género en todas sus modalidades. Cifras todas del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Público, por lo que crímenes no reportados, son crímenes que para el Estado nunca sucedieron.
Fotografía de portada: Marco Antonio Rodríguez
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