José Enrique Rojas González.
“¿Para qué sirve la Historia, profesor?”. La voz aguda, pueril, de Irlanda viajó por los confines del aula y llegó, como la brisa fría de esa tarde de invierno, a los oídos de El Maestro, quien en ese momento centraba toda su energía en una monserga intragable, una tabarra auditiva atascada de nombres de seres que habían hecho algo “importante” en una época oculta en el tiempo y que, como los monstruos de Lovecraft, se incrustaban en lo más hondo de la mente de los pequeños estudiantes que deglutían las palabras vacuas del docente en la monotonía de la cotidianidad.
Pero a diferencia de aquellos, estos monstruos eran humanos, o al menos en un tiempo que para Irlanda parecía mítico, inexistente, lo parecían haber sido. Mientras El Maestro narraba su discurso con el impulso de quien realiza una tarea hace años memorizada, una pequeña idea de a poco nació en lo profundo de su pensamiento, y paulatinamente comenzó a crecer bajo el cobijo de un sopor comunal y del vaho del grupo, olor a humano, que destilaban aquellos cuerpos estudiantiles ahogados en el sinsentido de ese discurso.
Pero la pena ahogó el pensamiento que se encontraba en la punta de su lengua. Aquella pregunta que tenía ya lista para escupir en la cara de El Maestro que, desde el inicio del ciclo, taladraba el pensamiento de Irlanda en un interminable tobogán de incertidumbre, hastío y pesadez [...] Aún no era el momento.
No obstante, el colmo llegó cuando El Maestro les indicó escribir, por enésima vez, aquellos nombres sin rostro y fechas sin tiempo en una libreta que jamás abrían más que para arrancar hojas y armar barquitos y aviones. Fue entonces cuando su vesania estalló, y la pregunta rodó por su interior, se agolpó en su boca y resonó con la potencia de la duda por años contenida.
“¿Para qué sirve la Historia, profesor?”
La voz pastosa de El Maestro, quien por años se había acostumbrado a no tener interrupciones y a resonar por miles de oídos de mancebos acostumbrados a la monótona intrascendencia de su discurso, paró. Entonces, no comprendió bien lo que Irlanda interpeló, y él siguió, como si nada, su alegato sin más alianza que un libro amarillo, oxidado por los años.
Entonces, el grupo se sublevó.
“Sí profe, ¿para qué sirve la Historia”, preguntó Aníbal mientras sacaba un moco de su ñata.
“Oiga maestro, esta lista ya la habíamos apuntado la semana pasada, ¿para qué la escribimos de nuevo?”, interpeló allá en la esquina Miguel, mientras sus ojos se movían en una circunferencia perfecta a lo largo de sus párpados.
“¿Para qué escribimos esto si ya están muertos y esto ya pasó profe?” cuestionó Elisa, la más pequeña de todos, y su mirada se centró en los ojos de El Maestro. Con la nobleza de un corazón adolescente, esos ojos horadaron el pensamiento de El Maestro que enmudeció con un sopor no apto para un docente. Entonces, comenzó a transpirar, y de a poco una mancha amarilla recorrió sus axilas, y el fuerte olor agrio a sudor impregnó el escritorio.
“¿Para qué sirve la Historia?”, se cuestionó, ensimismado, el docente. Bajó la cabeza, y su pensamiento viajó a aquellos tiempos en donde, en el liceo, los maestros de El Maestro regurgitaban teorías sin forma sobre las acciones de las personas en un pasado muerto que, de una forma u otra, habían construido el presente en el que en aquel momento se encontraba.
Recordó, entonces, una plática de la misma naturaleza con Demetrio, su compañero de aula, de copas y de vida, en donde trataron de discernir, al calor de un trago bohemio y abstraídos en una música de una banda de Argentina cuyo nombre ya no recordó, el sentido de la Historia, cuando establecieron aquel corolario que se les pegó en la cabeza como sermón de un domingo santo: “la Historia no tiene una utilidad práctica, el conocimiento sólo se genera del gremio para el gremio, a un mecánico, agricultor u obrero les sirven más nociones de administración y finanzas personales que el entendimiento de lo que pasó en un tiempo perdido en los confines de la memoria”.
El Maestro calló y, con un hilo de voz y con una lágrima aferrada a sus pestañas, balbuceó, como niño regañado, una verdad que él mismo había olvidado: “No sé para qué sirve la Historia, jóvenes”. El timbre de cambio de hora rompió el silencio que enmudeció el aula. El Maestro, sobrio como siempre, guardó como todos los días aquel libro viejo en su portafolio, y, con paso lento, salió del aula y se dirigió, noqueado por la epifanía de la que había sido testigo, sin rumbo fijo hacia el salón de segundo grado [...]
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¿Y cómo puedes competir, oh, noble historiador, con la tendencia asthetic, con animes y series, con la moda pasajera de un sistema consumista que banaliza todo, con la integración que difumina esencias y homogeneiza todo en pos del “progreso” material, que cosifica los sentimientos y engendra sujetos que buscan validación en el otro? ¿Qué puedes hacer con tu conocimiento, cómo ayudas a las personas? Cuando un me gusta en Instagram vale más que todas las teorías históricas habidas y por haber, cuando el Estado prostituye a la Historia para legitimar su poder y hegemonía, para justificar la explotación de las clases menesterosas auspiciada en un discurso ufano nacionalista. Cuando vale más ser un pequeño recolector de historias que ser un crítico del sistema. ¿Historia para qué, pequeño historiador?
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“¿Para qué sirve la Historia, profesor?”
Esta es una de las preguntas más comunes que muchos educadores de la disciplina a nivel básico han oído formular a sus alumnos. La respuesta, por antonomasia, podría verbalizarse en varios clichés vacuos que son moda en el gremio docente: “La Historia sirve para conocer los acontecimientos pasados, aprender de ellos y no repetir los mismos errores”, “La Historia sirve para crear identidad nacional”, “Quien no conoce su Historia está condenado a repetirla”, “La Historia es el conocimiento del pasado”, “El conocimiento histórico es fundamental para la comprensión del presente” y un largo etcétera de peroratas que en nada contribuyen a la generación de interés entre estudiantes que, huelga decirlo, muy probablemente no vayan a ser historiadores de profesión y que ven, con impotencia, que cada año se repite la asignatura en el currículo (con permutaciones de nombre) desde la primaria hasta el bachillerato.
Existe por tanto, un problema de fondo que los historiadores no han podido franquear respecto a otras ciencias y disciplinas que, al menos en el papel, tienen una funcionalidad práctica que la Historia no posee. Los profesionales de esta disciplina no han podido traspasar los límites que impone la academia de historiadores y trascender más allá de los alcances que la materia tiene para los investigadores.
Patricia Galeana, historiadora, investigadora, editora y académica mexicana, especialista en los estudios del siglo XIX en México y de las revoluciones sociales que se desarrollaron en las antiguas colonias del imperio español en América, considera que la Historia sirve para dar pertenencia y sentido de identidad a los estudiantes (Ávila, 2013, s.p.).
Sin embargo, la conformación de la identidad en las personas no depende únicamente del conocimiento histórico, y la función de esta ciencia no debería circunscribirse únicamente a la creación de identidad y sentido de pertenencia. ¿Cuál es, entonces, el sentido práctico de la Historia? Queda claro que otras disciplinas poseen aplicación práctica en la sociedad: el Derecho es necesario para que los trabajadores eviten abusos de los patrones, la Contaduría para que los ciudadanos registren sus ingresos y gastos y estén al corriente de sus obligaciones fiscales; la Administración resulta necesaria para la organización de empresas o entes gubernamentales; la Química es fundamental para el desarrollo de vacunas o conservación de alimentos; el Diseño Industrial para la creación de herramientas ergonómicas para el uso de las personas; la Ingeniería Civil es elemental para el diseño de estructuras para uso público; en fin, la lista podría ser más grande y se podría ahondar en ejemplos de una funcionalidad “material” de las diversas ramas del conocimiento humano.
¿Por qué entonces se enseña en las escuelas Historia y no, por ejemplo, Derecho, Economía, Finanzas Personales, Robótica o Principios de Ingeniería? Asignaturas que, al menos en el papel, revisten de más ejecución práctica en la realidad capitalista contemporánea; en un mundo global que, como la Hidra de Lerna que mató Hércules en el segundo de sus doce trabajos, multiplica sus facetas de consumismo, banalización de la vida, intolerancia, fundamentalismo, homogenización cultural, machismo, xenofobia, racismo, explotación del medio ambiente y de la fuerza de trabajo de las millones de personas que no tienen capital [...] Es evidente que la Historia tiene una función social, los profesionistas en ella lo sabemos, pero, ¿algún día lo lograrán reconocer los estudiantes?, y, ¿esa función tiene una aplicación concreta en la sociedad?
Los docentes de esta asignatura deben tener como objetivo profesional ayudar a que los estudiantes piensen históricamente; la función de la Historia no debe ser otra que explicar y proponer soluciones a problemas sociales contemporáneos con base en el estudio de los diversos procesos históricos que han configurado a las sociedades modernas. Sin embargo, la Historia, por su misma naturaleza, debe acoplarse a otras disciplinas científicas para ofrecer esas soluciones, un fenómeno que en el gremio se designa como “conocimiento interdisciplinario”, un eufemismo que encubre el hecho de la incapacidad de esta ciencia para solucionar, por sí misma, las vicisitudes del mundo contemporáneo.
Los cambios y las permanencias de las sociedades, paradigmas que saltaron a la palestra de la historiografía gracias a la Escuela de los Annales en los inicios del siglo pasado, constituyen las dos principales bases sobre las que se fundamenta la explicación en Historia.
De esta manera, la Historia debe ser el preámbulo de las personas para insertarse en la sociedad, porque es el conocimiento que permite entender por qué las dinámicas estructurales del México moderno existen: políticas, económicas, sociales y culturales. Ahí radica la función de la enseñanza de esta ciencia, al menos, en el nivel básico: le permite al estudiante ser consciente de su humanidad, reconocer su necesidad de vivir en sociedad, conocer la forma en la que diversos grupos sociales han resuelto los problemas en el tiempo en el que les tocó vivir; es la primera ventana de los adolescentes a las manifestaciones culturales y artísticas de México y del mundo.
No obstante la Historia, cercenada, mutilada y desprovista de su contenido social, sirve también para la creación de identidad nacional, una ideología que sirve para la legitimación del Estado y que, en su vertiente más radical (el fascismo), cobró la vida de al menos 50 millones de personas a mediados del siglo pasado.
Por eso la Historia ha sido enseñada a lo largo de los años en todas las sociedades, por su capacidad de generar identidad. Menester es adaptarla a las necesidades de un individuo que no será historiador profesional, pero que la necesita para insertarse en la sociedad. Imprescindible es adaptarla al siglo XXI, enseñarla, difundirla e investigarla desde el enfoque científico, para que cumpla su principal función (como el de todas las ciencias, sociales, naturales y formales): proponer soluciones a los problemas del ser humano.
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El corolario básico que se infiere de la anterior disertación es que el campo de acción social más inmediato de la Historia es el educativo, y aquí el panorama no es para nada alentador. En el ciclo escolar pasado, en donde se trabajó en línea debido a la crisis sanitaria por la pandemia de Covid-19, al menos un millón de estudiantes de todos los niveles educativos en México desertaron, la mayoría de ellos, según la secretaria de Educación, pertenecientes a instituciones privadas del nivel medio superior y superior (Senado de la República, 2021, s.p.).
Aunado a lo anterior, el grado de aceptación por la Historia en el sistema educativo es, en la mayor parte de los estudiantes, bajo; ellos vinculan a la ciencia con conocimiento del pasado sin una utilidad práctica. No hace falta más que mostrar algunas respuestas de estudiantes de tercer grado de secundaria de una escuela en Toluca ante la pregunta “¿Qué entiendes por Historia?” para reconocer que no existe un vinculo entre el pasado y el presente y, por tanto, no consideran que la disciplina tenga una funcionalidad pragmática:
Alumno 1 | “es como el relato de los acontecimientos pasados, la narración de lo que paso”. |
Alumno 2 | “materia que estudia los sucesos del pasado”. |
Alumno 3 | “Sucesos del pasado”. |
Alumno 4 | “explicar los sucesos mas importantes”. |
Alumno 5 | “hechos pasados”. |
Alumno 6 | “sucesos del pasado que repercuten en la actualidad”. |
Alumno 7 | “sucesos del pasado”. |
Alumno 8 | “sucesos que pasaron en el pasado”. |
Alumno 9 | “que es un estudio de sucesos pasados”. |
Alumno 10 | “Algo que pasó en el pasado” |
Tabla 1. Concepto propio sobre la Historia de estudiantes de tercer grado de secundaria. Elaboración propia (Rojas, 2021, s.p.).
Ante ello, el reto de los historiadores es generar un conocimiento científico que llegue a la sociedad, no sólo al gremio de investigadores, y que la ciencia tenga una aplicación práctica para que las personas la vinculen con su cotidianidad. De lo contrario, en el imaginario colectivo la disciplina no será más que una materia cuya finalidad sea “narrar los hechos del pasado”.
Fotografía: José Enrique Rojas González.
Referencias
l Ávila, Sonia (2013). Aumenta índice de estudiantes reprobados en historia por desinterés. Reporte. Imagen Radio. http://www.reporte.com.mx/aumenta-indice-de-estudiantes-reprobados-en-historia-por-desinteres#view-1
l Rojas González, José Enrique (2021). Examen diagnóstico de la Historia de México Tercer Grado. Sin publicar.
l Senado de la República (2021). Deserción escolar podría convertirse en una crisis educativa, advierten en la Permanente. Coordinación de Comunicación Social. http://comunicacion.senado.gob.mx/index.php/informacion/comision-permanente/boletines-permanente/51154-desercion-escolar-podria-convertirse-en-una-crisis-educativa-advierten-en-la-permanente.html#:~:text=Adem%C3%A1s%2C%20la%20diputada%20coment%C3%B3%20que,740%20mil%20no%20lo%20concluyeron.
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