Marco Antonio Rodríguez/ Ayer fue un día bueno. Visitamos al abuelo, un hombre fuerte de voz ronca apenas descifrable y cabellos desordenados que esconde bajo un gorro negro aborregado o una esporádica gorra de las Chivas, su equipo favorito. De esos que prefieren un libro a un escapulario y no por ateísmos expresos o herejías absurdas: su hermano Daniel es sacerdote; su hermana la mayor, la tía María del Rosario, escucha misa hasta cinco veces al día mientras que tía Paula prefiere rezar los rosarios correspondientes desde su fría casa donde, por cierto, nunca faltan galletas y café caliente. El abuelo toma “El puente hacia el infinito”, libro que compró creyendo encontrar en sus páginas una historia tan buena como la que halló en Juan Salvador Gaviota pero no fue así pues confiesa que Richard Bach le quedó a deber, aunque no especifica qué. Lo sujeta con la mano izquierda pues la derecha va aferrada a un bastón con asiento. Con la pericia de sus ochenta y tantos años abre la puerta
No somos un semanario periodístico ni una revista cultural, sino todo y nada. Haremos en este espacio lo que nos plazca y escribiremos en él, de igual manera, lo que nos venga en gana: creación literaria, crítica musical, ensayo, investigación, artículo de fondo, crónica, historia y, de vez en vez, análisis.